abril 15, 2009

Una versión editada

Nunca hago esto. Jamás alguien había editado alguno de mis cuentos. Esta vez acepté que "le metieran mano". Sólo a una persona se lo hubiera permitido y aquí tienen la versión editada, corregida y aumentada (o reducida). Gracias "Estu", por dedicarle tiempo a mi historia y "tasajearla". Por cierto, éste cuento será mejor leído si escuchan como fondo musical esta rolita:




Ahí les va:


Bellas Artes, la Latino, Madero y Bolívar
Las calles del Centro Histórico de la ciudad de México le parecieron distintas. A pesar de observar los mismos edificios, caminar por las mismas calles, rememorar el mismo camino que hizo Marie Joelle Cabat (turista franco-canadiense, figura central del cuento "Tenochtitlán mi amor"), nada era igual.
Justo bajo la plaza central del Palacio de Bellas Artes dirigió la mirada al cielo cargada hacia la izquierda. El primer plano de su vista fue
impactante, sintió un profundo dolor en el pecho.
A su mente llegaron de forma implacable recuerdos, tristes y dolorosos recuerdos. Exactamente detrás, en segundo plano y un tanto difusa, la Luna atestiguaba cómo una lágrima recorría la mejilla y estrepitosamente caía al piso de mármol. Él sin percatarse de ello y de que algunas personas lo observaban, con cierta pena recogió su cabello y lo ató con un trozo de
pantimedia azul rey que siempre lleva en la muñeca izquierda.
El día había sido demasiado caluroso cerca de las 11
pm una corriente de aire se apiadó y comenzó a refrescar la noche. Pero eso parecía no notarlo. Sus pupilas estaban clavadas en el penúltimo piso de la Torre Latinoamericana. Ya de noche observó que el restaurante-bar-lounge encendía luces rojas en todo el piso y lo convertían como en un rincón del infierno. En ese momento nuestro solitario personaje se dio cuenta que ese lugar tenía un significado especial para él: era el lugar más próximo que se encontraba del cielo. (sin contar los viajes en avión o de la visita en algunas ocasiones el último piso de la Torre Mayor, el edificio más alto de América Latina)
Ahí estuvo con ella, a su lado sin preocupaciones, tan solo disfrutando juntos ese momento, observando la cara oriente de La Ciudad de los Palacios.

-"Quiero que me des la oportunidad de estar contigo, de compartir muchas locuras que imagino estando a tu lado... Quiero que algún día, de la mano, toquemos juntos el cielo..."
Un golpe lo volvió a la realidad y en ese momento, con el coloso de mármol a sus espaldas y la espigada torre frente a él, supo que ese día ,un lunes muy soleado el destino jugaba con él una vez más. Sin nada planeado casualmente se encontró con ella , y decidieron ir a comer al Salón Corona. Tras atravesar el Eje Central (no el de
Raymundo), él dudó en llegar hasta esa famosa cantina y sugirió comer en un lugar "distinto".
Ella aceptó a pesar de su pánico a las alturas. Ubicado en el piso 41 de la Torre
Latinoamericana el ascenso por el elevador fue rápido y en pocos minutos ya estaban instalados en un sillón mirando a no se cuántos metros de altura la zona que comienza por la plancha del Zócalo y que poco a poco se difumina allá por el aeropuerto capitalino.
La tarde se escurrió de entre sus manos, entre sus dedos y él olvidó decirle que ese día juntos, de la mano, habían tocado el cielo.

De regreso la noche de viernes, con el aire golpeando el rostro de nuestro personaje y
desacomodándole "la cabellera que ahora usa -le recordó su hermana menor-, como de Michael Hutchence (qepd), ese cachondo cantante de INXS"
Las calles no fueron nunca iguales, el camino que lleva a la Plaza de la Constitución recorrido cientos de veces con deleite y goce, en una manifestación o en el monumental campamento que instaló
López Obrador en 2006, le resultó desconocido. No tenía magia, no sentía estar en el ombligo del mundo, por donde reinaron hace más de 500 años los mexicas, por donde caminó Cortés y tantos personajes de nuestra historia moderna. Algo faltaba. La magia había desaparecido. Ella no estaba con él y esa esquina de la Torre Latinoamericana donde días antes habían juntos "tocado el cielo" parecía que se derrumbaba. Él se sentía observado desde las alturas, desde ese rincón y supo que no quería sentir nostalgia o tristeza cuando caminara por ahí.
Buenos recuerdos guardaba en su mente cada vez que deambulaba por esa zona, celosamente había escogido los mejores para que siempre estuviera contento al transitar por ahí y esta vez soportando el dolor los recuerdos lo traicionaron y al reconocerse solo, sin nadie a su lado, sintió una puñalada en su corazón.
Madero (nombre de esa calle que desemboca en el Zócalo) le había asestado ese golpe. Caminó unos pasos y
Bolivar (ahí donde se encuentra el Corona) le propinó otro impacto. Se supo herido y huyó de ese lugar que tanto amaba; el Centro Histórico.
Inevitablemente, como muchas veces le ocurre a nuestro personaje, asoció sensaciones de placer y felicidad con lugares, aromas, canciones, poemas... Esta vez reconoció que fue un terrible error haber encadenado ese día, esa presencia, esa mujer, ese sentimiento, con algo fascinante como es el Centro Histórico.
Dolorosamente regresará a aquél lugar y recordará aquella maravillosa tarde, aquella mujer y aquél sentimiento que guarda en su corazón, provocado por la ausencia de ella.

No hay comentarios.: