La Elegía II de Garcilaso fue compuesta en 1535, pocos meses antes de su muerte, cuando el poeta ya había alcanzado su madurez literaria. En ese tiempo parece que se hallaba envuelto en una relación amorosa con una dama napolitana, que no se ha podido identificar, pero que pudo inspirar una serie poemática de la que, sin duda, esta Elegía II es la muestra más interesante, una composición que genéricamente se encuadra en la sección de los ensayos epistolares de Garcilaso (junto a su Elegía I y su Epístola a Boscán).
En la parte central de la composición (vv. 36-144), Garcilaso confiesa a Boscán que de Trápani irá luego a Nápoles (la patria de la sirena Parténope) que, en un tiempo, fue la ciudad del ocio literario y del amor (vv. 37-39). El poeta revela que allí tuvo un amor y recrea un viejo tópico de la elegía latina: la sospecha, o la certeza, de creer a su amada en los brazos de otro hombre, aprovechando la larga ausencia de su amante:
Allí mi corazón tuvo su nido
un tiempo ya; más no sé, triste, agora
o si estará ocupado o desparcido. (vv. 40-42)
El poeta comunica a su amigo la causa principal de su sufrimiento, los celos («un frío temor»), que no le deja vivir (vv. 43-45). Envuelto en la celosa espiral que lo arrastra, el poeta pretende justificar sus sospechas con argumentos propios del vano discurrir escolástico; por eso recurre al símil del agua y del fuego para aclarar la fatídica relación entre el amor y la ausencia. Del mismo modo que la poca agua aviva el fuego y la mucha lo apaga, la breve ausencia acrecienta el amor (vv. 49-63) y la larga lo mata (vv. 64-69). Sin embargo, el poeta se considera al margen de ese ejemplo, pues, para él, que el amor lo aflige y lo atormenta, la ausencia aumenta su fatídico temor (vv. 70-72). El poeta se considera destinado a amar (vv. 76-78); por eso cree que, para que su amor se apague, la ausencia debía ser infinita, lo cual es imposible porque la ausencia se acabaría con la vida (vv. 79-84).
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