Las calles del Centro Histórico de la ciudad de México se le hicieron distintas. A pesar de observar los mismos edificios, caminar por las mismas calles, rememorar el mismo camino que hizo Marie Joelle Cabat (turista franco-canadiense, figura central del cuento "Tenochtitlán mi amor"), nada era igual. Justo bajo la plaza central del Palacio de Bellas Artes, su mirada se dirigió al cielo, cargada hacia la izquierda. El primer plano de su vista fue impactante, sintió un profundo dolor en el pecho. A su mente llegaron de forma implacable muchos recuerdos, tristes y dolorosos recuerdos. Exactamente detrás, en segundo plano y un tanto difusa, la Luna atestiguaba cómo una lágrima recorría la mejilla y estrepitosamente caía al piso de mármol. Él, sin percatarse ello, y de que algunas personas lo observaban con cierta pena, recogió su cabello y lo ató con un trozo de pantimedia azul rey que siempre lleva en la muñeca izquierda. El día había sido demasiado caluroso pero a esa hora, cerca de las 11 pm, una corriente de aire se apiadó y comenzó a refrescar la noche. Pero eso parecía no notarlo. Sus pupilas estaban clavadas en el penúltimo piso de la Torre Latinoamericana. Ya de noche se percató de que el restaurante-bar-lounge encendía luces rojas en todo el piso y lo convertían como en un rincón del infierno. En ese momento nuestro solitario personaje se dio cuenta que ese lugar tenía un significado especial para él: era el lugar más próximo (sin contar cuando ha viajado en avión o de que haya visitado algunas ocasiones el último piso de la Torre Mayor, el edificio más alto de América Latina) que se encontraba del cielo. Y estuvo con ella, a su lado. Sin nada de qué procuparse. Tan solo disfrutando ese momento, juntos, los dos, observando la cara oriente de La Ciudad de los Palacios.
-"Quiero que me des la oportunidad de estar contigo, de compartir muchas locuras que imagino estando a tu lado... Quiero que algún día, de la mano, toquemos juntos el cielo..." Un golpe lo devolvió a la realidad y en ese momento, con el coloso de mármol a sus espaldas y la espigada torre frente a él, la frase surtió efecto. Se dio cuenta que ese día, un lunes muy soleado, otra vez el destino jugaba con ellos. Sin nada planeado, las casualidades volvían a "encontrarlos" y decidieron ir a comer al Salón Corona. Tras atravesar el Eje Central (no el de Raymundo), él dudó en llegar hasta esa famosa cantina y mejor sugirió comer en un lugar "distinto". Ella aceptó a pesar de su pánico a las alturas. Aún así, el ascenso por el elevador de la Torre Latinoamericana fue rápido y en pocos minutos ya estaban instalados en un sillón mirando, a no se cuántos metros de altura, la zona que comienza por la plancha del Zócalo y que poco a poco se difumina allá por el aeropuerto capitalino. La tarde se escurrió de entre sus manos, de entre sus dedos, y a él se le olvidó decirle que ese día juntos, de la mano, habían tocado el cielo.
Pero regresemos a esa noche de viernes, con el aire golpeando el rostro de nuestro personaje y desacomodándole "la cabellera que ahora usas -le recordó su hermana menor-, como de Michael Hutchence (qepd), ese cachondo cantante de INXS". Las calles no fueron nunca iguales. El camino que lleva a la Plaza de la Constitución, y por el que ha caminado cientos de veces con tanto deleite, con tanto goce ya fuera en una manifestación o en el monumental campamento que instaló López Obrador en 2006, le resultó desconocido. No tenían magia, no se sentía la perrene sensación de que estaba en el ombligo del mundo, por donde reinaron hace más de 500 años los mexicas, por donde caminó Cortés y tantos personajes de nuestra historia moderna. Algo faltaba. La magia había desaparecido. Ella no estaba con él y esa esquina de la Torre Latinoamericana donde días antes habían juntos "tocado el cielo" parecía que se derrumbaba. Él se sentía observado desde las alturas, desde ese rincón, y entonces se dio cuenta que no quería sentir nostalgia o tristeza cuando caminara por ahí. Muchos buenos recuerdos había guardado en su corazón cada vez que deambulaba por esa zona, celosamente había escogido los mejores para que siempre estuviera contento cada que transitara por ahí. Pero esta vez tuvo que soportar el dolor en su corazón. Los recuerdos lo traicionaron y al reconocerse solo, sin nadie a su lado, sintió una puñalada en su corazón. Madero (nombre de esa calle que desemboca en el Zócalo) le había asestado ese golpe. Caminó unos pasos y Bolivar (ahí donde se encuentra el Corona) le propinó otro impacto. Se supo herido y decidió huir de ese lugar que tanto ama: el Centro Histórico. Prometió regresar cuando las heridas hayan sanado.
Inevitablemente, como muchas veces le ocurre a nuestro personaje, asoció sensaciones de placer o de felicidad con lugares, aromas, canciones, poemas... Esta vez reconoce que fue un terrible error haber encadenado ese día, esa presencia, esa mujer, ese sentimiento, con algo fascinante como es el Centro Histórico. Y fue un error simplemente porque ella no está con él. Porque sabe que dolorosamente si vuelve a pararse por ahí recordará aquella maravillosa tarde, aquella mujer y aquél maravilloso sentimiento que guarda en su corazón.
1 comentario:
En corazòn, sòlo se siente el personaje, en alma nunca, èl se sabe amado en otro plano de su vida y aunque no es comparable con aquella mujer o aroma, nada mayor a ese puro amor...
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