julio 13, 2009

Un cuento azul: La primera vez...

"Y de pronto la observó a lo lejos con esos jeans ajustadísimos. A primera vista se veía maravillosa pero cuando se acercó a saludarla su aliento se cortó. Un suspiro, un abrazo, su olor, su delicada figura, sus seductores tirantes que se confundían con los de su sostén. Y una sonrisa encantadora. Una charla común, una caminata a las entrañas de la tierra, y en su mente no dejaba de pasearse la idea de que todo era verdad; los sueños se habían acabado de tajo para dar paso a lo que se puede considerar algo así como "even better than the real thing". Un abrazo, su cuerpo cerca, más palabras y un trayecto por debajo de la ciudad. Una llamada telefónica, un poco de calor, ruido estruendoso y un avance frenético al sur.

Y seguía despierto...

Para ella, que nunca le ha funcionado el sentido de la ubicación, aquello era tan gutural como viajar a una parte surreal de algo que sabía que existía, pero que no imaginaba vivirlo debajo de las luces marchitas de las calles. Los pasos resonaban por las viejas placas de cemento y de repente llegó el calor nuevamente. Olor a pan, queso, carnes frías. Un dibujo absurdo de círculos sinsentido, una demostración de prestidigitación y sorpresas en un paño negro. Ella estaba cerca, lo suficiente para robarle, para arrancárle, sensaciones corporales con abismos labiales y delicadas mordidas, juegos de lenguas y una cena exquisita. Una cerveza, palabras que fueron
inundando el ambiente de tranquilidad, emoción, paz. Ojos que ven lo que otros ven y, a modo de reflejo, no son ojos porque tu los ves, sino porque te ven. Despedida. Olor en el cuerpo, el cabello y en la ropa de humo. Segunda vez en un mes.

Y una nueva caminata por una colonia vieja, sin puestos ambulantes de comida dorada en aceite sucio. Su mano se ajustó a su mano. Una descarga eléctrica le recorrió el cuerpo y prefirió tenerla más cerca, y prefirió besarla y prefirió llevarla así por esas aceras que hacen frontera con el sur-poniente y que dividen a la ciudad. 56 escalones, una caja en su mano que tuvo como destino final un espacio delimitado por la baja temperatura. Un beso, otro abrazo, una tenue luz azul fue testigo. Una lámpara multicolor detalló una conglomeración de desnudos y una nueva caminata.

Y después de todo eso, seguía despierto...

La idea de que el sueño terminara de forma fulminante, como siempre pasa, le martirizaba la mente. Un escarabajo verde los hizo desplazarse con mayor velocidad en la misma vieja colonia. En las entradas de un parque hundido, frente al territorio de Nanda, sí, en la Comandancia, ella le indicaba la zona parchada que le proveía de seguridad, le evitaba dolores y descargas hormonales a su beneficio. Y entonces la presencia guerrillera estaba por todos lados. Emiliano Zapata, fiel testigo de lo ocurrido, le hacía señales con los ojos, tratando de demostrarle que seguía vivo.

Por cajas negras, un boxeador peleaba por su trágica vida hasta volverse famoso. En la parte central, una desagradable voz desentonaba con los acordes que viajaban de lo anacrónico a lo surreal a lo satánico a lo cadencioso. Y otro juego de lenguas, besos profundos, húmedos, sensaciones que se combinaban con el olor a alcohol y a tabaco. Su boca, sus manos debajo del sueter verde militar, sus ojos que embrujan no dejaban de verlo. Y entonces él percibió en ella las mismas sensaciones que sentía cuando la observaba. Ahora todo era recíproco, y no es que antes no lo fuera, pero definitivamente ese momento lo hizo reflexionar en lo que las personas pueden sentir cuando alguien posa sus ojos de esa manera. Y más intercambios de saliva, de mordidas, de señales, de besos, de caricias, de cosas que no se necesitan decir. Liberación de dopaminas, de fluidos a través de la sangre. Excitación, sudor, saliva, señales con el tacto, con la boca, con una mirada.

Y finalmente regresaban a donde la luz azul no se apaga. De regreso a las luces multicolores y a la incandescencia del amarillo y el rojo. Dentrífico, cerdas ajustadas a un mango de plástico, una botella de agua y ella recostada sobre un manto azul, tan azul como cuando la noche deja de serlo para dar paso al amanecer.

Y como por casualidad, los azules comenzaban su juego. El fondo oscuro, uno más claro, ese de los ajustadísimos jeans, y uno más de su ropa interior. Y entonces, solo hasta entonces, él se dio cuenta de que no era un sueño. De que las utopías pierden su nombre cuando llegan al otro extremo y dejan de serlo. Un torso desnudo marcado con una Z, un acercamiento furtivo y besos cortos, proporcionados con delicadeza, como augurando lo que pasaría. Y entonces llegó, de a poquito, otro torso desnudo coronado con dos hermosos pezones. Besos, caricias, frases, caricias, reminicencias de poemas: "Tiene los pechos dulces. De pezón a pezón, cien lenguas y una hora". Un chocolate pequeño al centro del universo. Dos botones, una bragueta, juego de azules, tres azules. El del fondo permanecía, el de los ajustadísimos jeans desaparecía y finalmente el de su ropa interior. Entonces su lengua comenzó a recorrer su obligo, su vientre, sus dientes no pudieron evitar morder esa deliciosa zona donde las piernas comienzan... Y finalmente, oscuridad.

El se sentía embriagado por su aroma, por su olor, por la cercanía con su sexo. Y cuando todo se tornó en oscuridad, entonces fue cuando, poco a poco, fue descubriendo esa zona secreta. Fue cuando su lengua comenzó a jugar con sus partes más íntimas, cuando él no pensaba en nada, a pesar de escuchar los candentes y sublimes gemidos, cuando el placer lo desbordó, cuando intentaba que ese placer se convirtiera en éxtasis para ambos. Y entonces, en la oscuridad, tan cerca de esa delicada parte -cubierta tan solo por una fina, delgada y excitante
vellosidad- fue cuando hundió su lengua y lo comprobó. No estaba soñando. Estaba entre sus piernas, socavando a base de saliva y una suave lengua, la parte con la que tantas veces había soñado. Él se despojó de lo que quedaba, incluso de lo que colgaba de su cuello, para acercarse lentamente a ella. El fondo azul no desapareció. Y entonces poco a poco fue entrando en ella, la fue penetrando hasta que sintió que las piernas de ella le apretaban su cuerpo. "Déjame
sentirlo", "Si, despacito". Sensaciones "Even better than the real thing". Y entonces, a lo lejos, la voz de Steven Tyler resonaban cerca de ella cuando él, al darse cuenta, le cantaba en su oído:


Una pausa, papel higiénico y entonces ella quiso seguir con el juego de los colores azules. Ahora el color más claro se volvía a hacer presente. Y la noche no terminó ahí. En el segundo intento, él ya estaba dentro de ella nuevamente, arriba de ella, besándola, tomando pausas para refrescar la boca, intercambiando fluidos, besos, caricias. Las piernas de ella no dejaban de apretar su cuerpo y entonces fue cuando él se desprendió de ella. "No me hagas eso" -reprochó ella-, para que él regresara de inmediato en una extraña forma de cruce de piernas para formar una extraña "X". El dejó de verla por un momento, quería llegar al fondo de ella, a su corazón. Después regresó a la posición inicial y le pidió que lo abrazara fuerte del cuello. Fue cuando él se lanzó hacía atrás mientras la música seguía sonando. Entonces ella ahora era la que tomaba el control, la que precisaba el ritmo, sus caderas ponían la cadencia y sus sensaciones se expresaban con gemidos. Él no hizo mas que verla, un poco lejos, extasiado. Miraba su rostro, sus movimientos, tocaba con ambas manos sus encantadores senos, sentía placer, sabía que ella pasaba por el mismo estado. "Tu tanga no me deja sentir tu sexo". Y entonces el azul, el más claro, volvió a desaparecer. Fue cuando sintió completamente su sexo húmedo junto al de él. Un grito. Placer. Respiros entrecortados. "No me distraigas". Y él volvió a atacar. Movió su cuerpo hacia ella. Lo abrazó, lo besó, la besó. Su boca húmeda lo volvía loco. Lo hacía regresar de ese estado en el que se encontraba. Ajustó sus piernas y él, después de un largo tiempo -la verdad es que para ese momento, había perdido el sentido del tiempo. En el estado en que se encontraba, no sabía cuántas canciones había escuchado- tomó nuevamente el control para después tener una de sus mejores eyaculaciones en su vida. Y Seguía dentro de ella, ahora enfundada de gris. Los azules, salvo el del fondo, se habían ido a no se dónde.

Y poco a poco, a escasos minutos de que amaneciera, él se perdió en ella. Sus brazos la aprisionaron para que no saliera huyendo, para que no se fuera de repente. Tenía miedo de que todo hubiera sido un sueño y de que al despertar se encontrara a su lado con la almohada.

Para su fortuna, al amanecer, cuando la luz cegaba la habitación y disipaba las sensaciones de esa encantadora noche, ella estaba a su lado. Y al verla, la vio sonreir.

Y entonces, agradeció que todo fuera realidad.

1 comentario:

Angie dijo...

Cada día me sorprende más tiene usted unos dedos muy habituados, los deja descansar muy poco, me gustó mucho su cuento azul, excelente forma de narrar lugares, instantes, imágenes y sensaciones, debe ser por eso que el amor es el desgarre más delicioso y contiene todas las demás pasiones y obsesiones permisibles al ser humano.

Aunque en ocasiones ausente sigo leyendo.

Y la canción de aerosmith, bueno que más se puede decir es excelente.

Saludos.