Estuviera mojada o seca, su mirada de pantera, combinada con esa imaginación de niña maldosa, hipnotizaba los ojos de él. La lujuria se desbordaba en la mirada de los dos. No podían soportar esta situación. Él estaba decidido a poseerla en las escaleras del segundo piso. Luego pensó que quizá sería una mejor idea llegar a la azotea y, debajo de la tormenta, penetrarla fuertemente, duro, expuestos al agua y a alguna mirada indiscreta de algún vecino. Luego bajar al piso, tomar un trago, un cigarro y, despojados de prejuicios, ropas mojadas y miradas voyeurs, disfrutarse mutuamente, lentamente, despacito, suavecito. Llenarse de besos, de mordidas, lamer sus cuerpos fríos, húmedos, rasguñarse, verse a los ojos erotizados, respirar con las bocas muy cercanas, hundir sus lenguas entre los dientes, contemplar sus cuerpos, sus caricias, las marcas en sus cuerpos, mezclar sus sudores, sus eyaculaciones, sus olores...
Finalmente él quería repetir esa maravillosa experiencia sexual. Y sabía que esta vez ella no partiría a las cinco de la mañana. Sabía -como ella lo aclaró en un mensaje de celular- que no se iría, que se quedaría...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario