agosto 06, 2008

Ahora sé lo que es perder

"Lo que te hace falta es una buena cogida, es solamente eso. No creas en el desencanto ni en el amor y mucho menos en el desamor. Tan solo es un arranque de soledad. Una crisis. Con una buena dosis de sexo se te evapora de la sangre, de la mente y del corazón. Y cuando se condense nuevamente dentro de tu cuerpo, repite la dosis. Fíjalo en tu mente y en un par de meses estarás sanado..."

Thatcher se sabía inteligente, sabia en sus palabras. Las había utilizado al pie de la letra en su última decepción amorosa cuando huyó a Barcelona el verano pasado. Se había marchado con el corazón destrozado, en cachitos, guardado en un sobre amarillo con cientos de pedazos estrujados. En ese momento compartía la infalible receta a un extraño pero conocido "amigo".

Ella, una mujer altiva, amante del flamenco, que siempre calza refinados tacones de al menos 11 centímetros de altura y que con desdén paga dos mil pesos por un par de horas de clase al mes para desarrollar sus capacidades con una de las mejores bailarinas españolas de abolengo en esa corriente dancística/musical; ella, que se asume como una integrante más de ese póker de mujeres adictas al Sexo y La Ciudad, intentaba ponerse en el lugar de Velouria --protagonista intangible de esta historia-- y sin miramientos enfatizó, le echó en cara (con su pragmática forma de ver la vida), los argumentos más profundos que rebotaban en la cabeza de McPhisto, uno más de los idealistas-soñadores-enamorados que circulan en este mundo.

"Ni tu ni yo podemos ir pensando por la vida que queremos una relación sin compromisos. A pesar de que me llevas ocho años, ya no tenemos edad para eso. Inevitablemente nos pasa, a tu generación y a la mía, que cuando comienzas a salir con alguien y que con el tiempo se consolidan lazos de cariño, deseo, confianza o amor, de forma innegable piensas en una relación más formal que invariablemente te lleva a pensar en el corto plazo a vivir juntos, a compartir más tiempo, más espacios y la vida misma. No estoy de acuerdo en que comiences una relación y sólo busques divertirte un rato o "amarse" de lejos. Para eso tienes amigas que podrían pasar la noche en tu casa y partir a las cinco de la mañana luego de una noche de sexo. Y ellas partirán de tu cama con una agradable sensación de volver a verte para repetir la misma dosis. Sexo puro, delicioso y sin ningún tipo de obligaciones. Creo que Velouria está en esa situación y está atemorizada de reconocer cuánto te ama. O simplemente no te ama. Probablemente le falte vivir más cosas o quizá tenga otros asuntos que resolver en su vida antes de desear eso. En lo que sí estoy de acuerdo contigo es que debió ser honesta en todo momento. Creo que no fue agradable ver cómo se alejaba de ti con la cabeza cubierta de blanco y sus brazos rodeando el cuerpo de aquél que alguna vez (y seguramente en este momento) sea el dueño de sus pensamientos y su corazón..."

En ese momento McPhisto comenzó a dislocar la mente. A lo lejos seguía escuchando la voz de Thatcher pero comenzó a elaborar en su cabeza una analogía: veía cómo Velouria -de jeans azules y chamarra negra que provocaba un fuerte contraste con el blanco de su casco- se perdía de su vista en una motocicleta con Miguel Ángel. Y esa escena la contrastó con la primera ocasión en que ella pasó la noche con McPhisto. Esa vez no hubo un fuerte rugido del motor que salía por el escape de la motocicleta, mucho menos llegó por ella en un automóvil espectacular o último modelo hasta su casa. De hecho la citó afuera de una estación del metro y la tomó de la mano para sumergirla al subterráneo. Siempre viajando en transporte colectivo, aquella tarde-noche ella lucía un par de tonalidades azules -en sus jeans y en su ropa interior- que hacían juego con el color de las sábanas y el edredón en el departamento de McPhisto. Él era el "ganador", ella quería estar con él, quería verlo, quería acostarse con él, quería que él estuviera dentro de ella.

Pero la última vez, aquella que la vio alejarse con su casco blanco, fue el motociclista, Mike, al que prefirió, al que quería ver, abrazar, oler. Por eso ella le canceló la cita e inventó pretextos a McPhisto --cuyo alter-ego le permite desdoblarse como un 'rockstar'. Dejó de contestarle el teléfono porque simplemente quería estar con su ex novio y no con ese loco enamorado que conoció en su trabajo.

Y fue en ese momento cuando a McPhisto se le partió el corazón. Tuvo la dignidad necesaria para recoger, frente a ella y su acompañante motorizado, lo poco que pudo rescatar de su corazón. Sin decir una palabra, sin un reclamo (al fin y al cabo nunca tuvo argumentos para hacerlo) la vio alejarse. Vio cómo su ego estallaba en sus manos, en su pecho. En su cabeza y sus oídos podía escuchar partes de esa canción que lo ensordecía: "En llamas me acosté, en un lento degradé. Supe que te perdí... Una rápida traición, salimos del amor. Tal vez me lo busqué... Los celos otra vez... Si no olvido, moriré... ¿Qué otra cosa puedo hacer??? Ahora sé lo que es perder... Y otro crimen quedará sin resolver".

Y no hubo más. Con el dolor encima, a cuestas, adentro, enfrente, a su alrededor, lamentó que las cosas tuvieran que terminar así...

McPhisto tan solo quiso compartir tiempo, espacio y su corazón con ella. Quiso estar a su lado en momentos difíciles, en momentos felices, quiso verla desnuda, en pijama, en pants, sin maquillaje, con botas, con tacones, con tenis, en traje de baño, con un vestido plateado o verde, a un lado de su cama, con sostén y tanga o desnuda. Simplemente verla. Sin que en la calle alguien los viera y se encendiera la alarma porque podrían ir tomados de la mano o abrazados, o poder acompañarla hasta su casa y que la furia de su padre no se desatara (¿o la de Migel Ángel?). Y que cuando escudriñara sus ojos supiera que lo hacía con honestidad. McPhisto tenía esa cualidad y por eso cuando la observaba así podía descifrar los mensajes ocultos que se escondían en sus ojos. Pero esa mentira nunca la advirtió, nunca la vio pasar. Nunca se dio cuenta que siempre estuvo presente. Lo imaginó, incluso se lo preguntó, pero las respuestas ambiguas siempre fueron las mismas. Por eso alguna vez él le cantó a ella: "Quiero ser el único que te muerda la boca..."

Y quiso compartir momentos con ella... En una playa, en una fiesta, con sus amigos, en otro país. Tan solo quiso compartir espectaculares vistas en un mirador, estar a su lado en un concierto de Gondwana o The Cure o Café Tacvba, en una pista de hielo, en Puerto Rico o Praga, caminar a su lado por la calle, ver el atardecer o mojarse en la lluvia o pasear por las calles. Tomarse fotos juntos, abrazados, cercanos... Quiso darle todo su corazón.

Pero ella lo desdeñó. No fue honesta. No le pudo decir que simplemente estaban en mundos diferentes. Que ella tiene otro ritmo de vida, que ella pertenece a otro lugar. Que sus caminos no podían ser compatibles y que por nada del mundo lo dejaría entrar en su vida. A pesar de que podía darse cuenta que él estaba completamente enamorado. A pesar de que para ella, McPhisto iba a ser "muy especial". A pesar de que ella sabía perfectamente lo que sentía por él y que siempre negó, se negó...

No fue honesta para decirle a sus ojos que pensaba en otro hombre, ese con nombre de artista italiano del siglo XV. Ese con el que iba a fiestas en Acapulco o a bodas irlandesas. Nunca le pudo decir la verdad. Nunca le dijo que en su corazón aún está presente el dichoso Mike. Quizá hubiera sido más fácil lidiar con eso que encontrarse con una mentira levantada súbitamente en forma de muro cuando viajas a 180 km/h.

Pero se apareció nuevamente el motorizado Mike, Miguel Ángel. O quizá nunca desapareció de su vida, y menos, de su corazón...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tu lo escribiste?
Felicidades por tu blog.



Saludos.


manuel0018@hotmail.com

Anónimo dijo...

Tu lo escribiste?
Felicidades por tu blog.



Saludos.


manuel0018@hotmail.com