agosto 12, 2008

Fácil de Engañar

Una amiga que se dedica a promocionar grupos argentinos en México, y que representa al sello discográfico PopArt México, me invitó hace unos días a escuchar el nuevo material de Los Pericos, esa banda que canta la extraordinaria "Pupilas lejanas". Ahora presentan "Lindo día", que viene incluido en el nuevo disco que han titulado "Pura Vida". Entre las canciones del nuevo álbum, y de anteriores, me encontré con esta joyita:

Fuiste un espejismo
Pero este es el final
Yo ya estoy cansado
de ser fácil de engañar

Me entregué
confié
y volví a caer
en la misma trampa que juré que nunca más..

Fuiste mi verdad
Fuiste mi adicción
pero ya no más
Adiós….

Me tenías en la jaula
Me sacabas a pasear
Me tirabas con un palo
que yo te iba a buscar

seguro estoy
que desperté
y que ya rompí
El círculo vicioso que tejiste sobre mí

fuiste mi verdad
fuiste mi adicción
pero ya no más
Adiós…

Decime a donde vas ,
a qué hora llegas.
La cárcel de tus celos fue,
como una señal.
Que gano o que pierdo yo,
así solías pensar.
Las sobras de tu plato fui,
pero nunca más.

Fuiste mi verdad
fuiste mi adicción
pero ya no más
Adiós

agosto 08, 2008

Lujuria 2.0

Estuviera mojada o seca, su mirada de pantera, combinada con esa imaginación de niña maldosa, hipnotizaba los ojos de él. La lujuria se desbordaba en la mirada de los dos. No podían soportar esta situación. Él estaba decidido a poseerla en las escaleras del segundo piso. Luego pensó que quizá sería una mejor idea llegar a la azotea y, debajo de la tormenta, penetrarla fuertemente, duro, expuestos al agua y a alguna mirada indiscreta de algún vecino. Luego bajar al piso, tomar un trago, un cigarro y, despojados de prejuicios, ropas mojadas y miradas voyeurs, disfrutarse mutuamente, lentamente, despacito, suavecito. Llenarse de besos, de mordidas, lamer sus cuerpos fríos, húmedos, rasguñarse, verse a los ojos erotizados, respirar con las bocas muy cercanas, hundir sus lenguas entre los dientes, contemplar sus cuerpos, sus caricias, las marcas en sus cuerpos, mezclar sus sudores, sus eyaculaciones, sus olores...

Finalmente él quería repetir esa maravillosa experiencia sexual. Y sabía que esta vez ella no partiría a las cinco de la mañana. Sabía -como ella lo aclaró en un mensaje de celular- que no se iría, que se quedaría...

agosto 07, 2008

Lujuria 1.0

Contó cada uno de los 56 escalones para subir al cuarto piso. Caminaba detrás de ella con pasos firmes, relajados. Ella comenzó a respirar más rápido a partir del tercer piso. Él caminaba detrás de ella y podía ver cada uno de sus movimientos, su cadencia, su brazos, su cabello, sus caderas. Al llegar a la puerta no pudo contenerse y, en un acercamiento como para insertar la llave en la chapa, la rodeó con sus brazos, aprisionándola. Su lengua buscó inmediatamente su cuello. Conocía perfectamente la debilidad en ese punto. Su mano izquierda soltó las llaves -que para ese momento ya estaban dentro de la chapa-, puso la mano en su vientre y comenzó a bajarla hasta el primer botón del pantalón. Siguió deslizando la mano hacia adentro y se percató que las bragas que ella llevaba puestas eran diminutas, muy pequeñas. Eso lo perturbó más. Recorrió con las yemas de los dedos la zona del pubis. Como para corresponder a esas sensaciones que comenzaba a sentir, ella hizo su brazo hacia atrás, su mano encontró la entrepierna de él y comenzó a subirla lentamente. En ese momento sus labios se encontraron y los alientos chocaron. Él comenzó a embriagarse con ese olor y ella notó que la temperatura de su cuerpo subía rápidamente. Sus mejillas se sonrojaron y apretó fuertemente su mano. Fue cuando la puerta se abrió y una tenue luz azul los hizo volver a la realidad.

Juntos entraron hasta donde están las sillas del Rey Arturo (y no Los Sillones) pero éstas fueron desdeñadas inmediatamente. Ella se hundió en el aterciopelado café y en un rápido movimiento desnudó sus pies y cruzó las piernas como si fuera a practicar yoga. El asiento le quedaba a la medida y hasta entonces se desprendió de la chamarra y la bolsa. También apagó el celular y encendió la lámpara ajustándola con colores franceses. Desde que se saludaron en la calle, a la hora acordada, ambos se deseaban. Se querían morder, besar, tocar, saborearse. Pero lo disimularon magistralmente como aguardando el momento preciso para llegar al clímax.

El ambiente se llenó poco a poco de lujuria. Platicaban de su trabajo, de su vida, de los nuevos tonos en la piel. Pero cada que sus ojos se encontraban se miraban intensamente. Ella quería ser penetrada, que él estuviera dentro de ella. Él quería oler cada rincón de su cuerpo, lamerlo, repartir un par de besos por cada poro en su piel. Así, la plática fluía y los personajes de esta historia se fueron desprendiendo de sus ropas. Unos tragos, bocanadas de humo y en pocos momentos ya estaban prácticamente desnudos. Una gota de lícor de café cayó en el pezón contraído de ella, lo que provocó que el resto de su piel se erizara. Desde que la puerta se abrió no habían vuelto a tocarse, a besarse. Parecía un acuerdo mutuo y mudo. La lujuria, el deseo, el pecado, lo impuro se fue acumulando.

Fue entonces cuando él la miró semidesnuda con toda esa carga erótica que había acumulado. Recorrió sus ojos sobre sus senos. Hizo una larga pausa en los pezones y luego los ojos comenzaron a mirar hacia abajo, avanzando centímetro a centímetro de su piel. Su vientre se fue erizando y ella, maliciosamente, comenzó a tocar su sexo por encima de esa pequeña tanga. Un pequeño espasmo la sacudió y siguió frotando su clítoris. Él no perdía detalle de nada y con su mano izquierda movió una de sus largas piernas. El interior de su muslo le comenzó a provocar una exaltación fálica, que de inmediato ella notó. No más toqueteos entre ambos. Él se levantó y cogió su pene erguido, la presión comenzaba a incomodarle. Una de las esquinas de la parte delantera de las bragas de ella, húmedas, se hizo a un lado y permitió que, en esa deliciosa humedad, ella introdujera un dedo. Un nuevo espasmo la sacudió. Con esa malicia, los ojos de ella no dejaban de ver el rostro atormentado de él. Delicadamente introducía un dedo y lo retiraba con la misma delicadeza que cuando lo introducía. Él no tuvo más remedio que ingerir, de un golpe, el Jack Daniels que se enfriaba en su vaso...

Y la historia queda en el aire, en stand by, en espera, hasta que él reciba la primera respuesta...

agosto 06, 2008

Ahora sé lo que es perder

"Lo que te hace falta es una buena cogida, es solamente eso. No creas en el desencanto ni en el amor y mucho menos en el desamor. Tan solo es un arranque de soledad. Una crisis. Con una buena dosis de sexo se te evapora de la sangre, de la mente y del corazón. Y cuando se condense nuevamente dentro de tu cuerpo, repite la dosis. Fíjalo en tu mente y en un par de meses estarás sanado..."

Thatcher se sabía inteligente, sabia en sus palabras. Las había utilizado al pie de la letra en su última decepción amorosa cuando huyó a Barcelona el verano pasado. Se había marchado con el corazón destrozado, en cachitos, guardado en un sobre amarillo con cientos de pedazos estrujados. En ese momento compartía la infalible receta a un extraño pero conocido "amigo".

Ella, una mujer altiva, amante del flamenco, que siempre calza refinados tacones de al menos 11 centímetros de altura y que con desdén paga dos mil pesos por un par de horas de clase al mes para desarrollar sus capacidades con una de las mejores bailarinas españolas de abolengo en esa corriente dancística/musical; ella, que se asume como una integrante más de ese póker de mujeres adictas al Sexo y La Ciudad, intentaba ponerse en el lugar de Velouria --protagonista intangible de esta historia-- y sin miramientos enfatizó, le echó en cara (con su pragmática forma de ver la vida), los argumentos más profundos que rebotaban en la cabeza de McPhisto, uno más de los idealistas-soñadores-enamorados que circulan en este mundo.

"Ni tu ni yo podemos ir pensando por la vida que queremos una relación sin compromisos. A pesar de que me llevas ocho años, ya no tenemos edad para eso. Inevitablemente nos pasa, a tu generación y a la mía, que cuando comienzas a salir con alguien y que con el tiempo se consolidan lazos de cariño, deseo, confianza o amor, de forma innegable piensas en una relación más formal que invariablemente te lleva a pensar en el corto plazo a vivir juntos, a compartir más tiempo, más espacios y la vida misma. No estoy de acuerdo en que comiences una relación y sólo busques divertirte un rato o "amarse" de lejos. Para eso tienes amigas que podrían pasar la noche en tu casa y partir a las cinco de la mañana luego de una noche de sexo. Y ellas partirán de tu cama con una agradable sensación de volver a verte para repetir la misma dosis. Sexo puro, delicioso y sin ningún tipo de obligaciones. Creo que Velouria está en esa situación y está atemorizada de reconocer cuánto te ama. O simplemente no te ama. Probablemente le falte vivir más cosas o quizá tenga otros asuntos que resolver en su vida antes de desear eso. En lo que sí estoy de acuerdo contigo es que debió ser honesta en todo momento. Creo que no fue agradable ver cómo se alejaba de ti con la cabeza cubierta de blanco y sus brazos rodeando el cuerpo de aquél que alguna vez (y seguramente en este momento) sea el dueño de sus pensamientos y su corazón..."

En ese momento McPhisto comenzó a dislocar la mente. A lo lejos seguía escuchando la voz de Thatcher pero comenzó a elaborar en su cabeza una analogía: veía cómo Velouria -de jeans azules y chamarra negra que provocaba un fuerte contraste con el blanco de su casco- se perdía de su vista en una motocicleta con Miguel Ángel. Y esa escena la contrastó con la primera ocasión en que ella pasó la noche con McPhisto. Esa vez no hubo un fuerte rugido del motor que salía por el escape de la motocicleta, mucho menos llegó por ella en un automóvil espectacular o último modelo hasta su casa. De hecho la citó afuera de una estación del metro y la tomó de la mano para sumergirla al subterráneo. Siempre viajando en transporte colectivo, aquella tarde-noche ella lucía un par de tonalidades azules -en sus jeans y en su ropa interior- que hacían juego con el color de las sábanas y el edredón en el departamento de McPhisto. Él era el "ganador", ella quería estar con él, quería verlo, quería acostarse con él, quería que él estuviera dentro de ella.

Pero la última vez, aquella que la vio alejarse con su casco blanco, fue el motociclista, Mike, al que prefirió, al que quería ver, abrazar, oler. Por eso ella le canceló la cita e inventó pretextos a McPhisto --cuyo alter-ego le permite desdoblarse como un 'rockstar'. Dejó de contestarle el teléfono porque simplemente quería estar con su ex novio y no con ese loco enamorado que conoció en su trabajo.

Y fue en ese momento cuando a McPhisto se le partió el corazón. Tuvo la dignidad necesaria para recoger, frente a ella y su acompañante motorizado, lo poco que pudo rescatar de su corazón. Sin decir una palabra, sin un reclamo (al fin y al cabo nunca tuvo argumentos para hacerlo) la vio alejarse. Vio cómo su ego estallaba en sus manos, en su pecho. En su cabeza y sus oídos podía escuchar partes de esa canción que lo ensordecía: "En llamas me acosté, en un lento degradé. Supe que te perdí... Una rápida traición, salimos del amor. Tal vez me lo busqué... Los celos otra vez... Si no olvido, moriré... ¿Qué otra cosa puedo hacer??? Ahora sé lo que es perder... Y otro crimen quedará sin resolver".

Y no hubo más. Con el dolor encima, a cuestas, adentro, enfrente, a su alrededor, lamentó que las cosas tuvieran que terminar así...

McPhisto tan solo quiso compartir tiempo, espacio y su corazón con ella. Quiso estar a su lado en momentos difíciles, en momentos felices, quiso verla desnuda, en pijama, en pants, sin maquillaje, con botas, con tacones, con tenis, en traje de baño, con un vestido plateado o verde, a un lado de su cama, con sostén y tanga o desnuda. Simplemente verla. Sin que en la calle alguien los viera y se encendiera la alarma porque podrían ir tomados de la mano o abrazados, o poder acompañarla hasta su casa y que la furia de su padre no se desatara (¿o la de Migel Ángel?). Y que cuando escudriñara sus ojos supiera que lo hacía con honestidad. McPhisto tenía esa cualidad y por eso cuando la observaba así podía descifrar los mensajes ocultos que se escondían en sus ojos. Pero esa mentira nunca la advirtió, nunca la vio pasar. Nunca se dio cuenta que siempre estuvo presente. Lo imaginó, incluso se lo preguntó, pero las respuestas ambiguas siempre fueron las mismas. Por eso alguna vez él le cantó a ella: "Quiero ser el único que te muerda la boca..."

Y quiso compartir momentos con ella... En una playa, en una fiesta, con sus amigos, en otro país. Tan solo quiso compartir espectaculares vistas en un mirador, estar a su lado en un concierto de Gondwana o The Cure o Café Tacvba, en una pista de hielo, en Puerto Rico o Praga, caminar a su lado por la calle, ver el atardecer o mojarse en la lluvia o pasear por las calles. Tomarse fotos juntos, abrazados, cercanos... Quiso darle todo su corazón.

Pero ella lo desdeñó. No fue honesta. No le pudo decir que simplemente estaban en mundos diferentes. Que ella tiene otro ritmo de vida, que ella pertenece a otro lugar. Que sus caminos no podían ser compatibles y que por nada del mundo lo dejaría entrar en su vida. A pesar de que podía darse cuenta que él estaba completamente enamorado. A pesar de que para ella, McPhisto iba a ser "muy especial". A pesar de que ella sabía perfectamente lo que sentía por él y que siempre negó, se negó...

No fue honesta para decirle a sus ojos que pensaba en otro hombre, ese con nombre de artista italiano del siglo XV. Ese con el que iba a fiestas en Acapulco o a bodas irlandesas. Nunca le pudo decir la verdad. Nunca le dijo que en su corazón aún está presente el dichoso Mike. Quizá hubiera sido más fácil lidiar con eso que encontrarse con una mentira levantada súbitamente en forma de muro cuando viajas a 180 km/h.

Pero se apareció nuevamente el motorizado Mike, Miguel Ángel. O quizá nunca desapareció de su vida, y menos, de su corazón...