Ya no fue necesario llevarlo a un hospital. En una tarde lluviosa de domingo, Edgar Hadit no pudo seguir luchando y simplemente perdió la batalla. En infinidad de ocasiones había burlado a la muerte y se reía de ella. Conscientemente la enfrentó aunque cuando se libraban los momentos más álgidos del enfrentamiento su estado físico y mental eran otros. Y aún así resultaba victorioso. Sabía que estaba mal pero reconocía su grave enfermedad. Este domingo 21 de septiembre partió, se fue para siempre. La muerte se desquitó de todas las afrentas en las que había sido derrotada y se ensañó. Oficialmente fue un paro agudo al miocardio combinado con hipertensión mal atendida. Inevitablemente en mi cabeza se recrea la forma en que se fue de este mundo: sentado/acostado en una cama extraña, solamente con una cobija que ni era suya, en un cuarto que no era suyo y con personas que no pertenecían a su círculo familiar o de amistad. Ni siquiera un conocido. Probablemente murió solo. Seguramente sufrió mucho. Algún testigo de escasa reputación y en las mismas circunstancias dijo que de repente comenzó a temblar y de ahí ya no salió. No se sabe si estaba dormido o inconsciente, pero seguro estaba sufriendo con tanto dolor en sus entrañas. Una muerte triste para quien escogió morir presa del alcoholismo.
El acta de defunción dice que dejó de existir a las 4 de la tarde, justo en el momento en que yo veía una historia de Francis Ford Coppola que incluía sobornos, asesinatos y el auge de La Familia Corleone. Un poco después fui informado y para las seis de la tarde estaba en el lugar del deceso. Fue triste ver ahí a mi padre, a mi hermano y su esposa, pero sobre todo a mi hermana, fiel compañera de Edgar Hadit desde hacía unos 20 años.
Ellos se conocieron en la preparatoria, allá en Valle Dorado. Creo que en tercer semestre. Yo iba entrando a la misma prepa, y al principio no me cayó bien. Un buen amigo (que también asistía a ese colegio) quería andar con mi hermana y me pedía que se la presentara. Era el galancito de su generación y además era mi cuate. Y se lo presenté. Pero ella se decidió por Edgar y desde que comenzaron a ser novios lo amó hasta el último día de su vida. Creo que mi hermana se excedió en el amor. Como una canción de José José "dio de todo y sin medida...". Fue el amor de su vida y alguna vez quise encontrar a una pareja como mi hermana para que estuviera conmigo en todo momento, entregando todo lo humanamente posible. Ella lo hizo y nunca juzgaré si hizo bien o mal. Al fin y al cabo de su larga relación viven Lety, Héctor y Karla. Ah, y el conejito ese que no recuerdo su nombre.
Fue una triste partida. Edgar era un buen tipo pero nunca pudo desprender de su mano la botella de alcohol. Fue triste ver a su mamá, a su papá, a su hermano, a mi hermana, a mis sobrinos, a mis padres, mis hermanos, primos y amigos reunidos ahí por su deceso, con lágrimas resbalando por las mejillas. Fue triste verlo en el ataud pero más triste aún cargarlo de la fría plancha a una camilla para que fuera trasladado al velatorio. Su mirada estaba perdida, su cuerpo frío, endurecido, entumido. Fue triste decirle adiós de esa forma. Uno no escoge cómo morir pero seguramente como la de él no se la desearía a nadie, y menos para mi. Al fin y al cabo murió lejos de su familia, de su casa, de sus pertenencias, de su vida.
Adiós Edgar. Fuiste un hermano para mi. Que Dios te guarde. Algún día nos veremos. Adiós cuñao
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