En 1995 el territorio de un celoso vaquero fue invadido por un ser de otra galaxia. Un robot con extensiones humanas (o un humano con extensiones robóticas) ganó en poco tiempo lo que el vaquero había conseguido en mucho tiempo: ser un amigo inseparable de Andy, un pequeño de unos 8 años, una vida por delante y ese gran tesoro que se va perdiendo conforme pasa el tiempo: la ingenuidad.
Así comienza Toy Story, una de las primeras cintas realizadas con animación por computadora de principio a fin producida por Pixar y dirigida por un tal John Lasseter. En México se estrenó en marzo de 1996. Para 1998, justo dos años después, una Campanita explosiva se apareció en este mundo, unos días antes de la muerte de Octavio Paz Lozano, unos días antes de que la película 'Titanic' arrasara en los premios Oscar y se llevara 11 estatuillas y unos meses antes de que Francia ganara la Copa del Mundo de futbol en su país. Ese mismo año también se fundó Google; fue detenido en Londres el ex dictador chileno Augusto Pinochet; comenzó la construcción en el espacio de la Estación Espacial Internacional; Hugo Chávez ganó por primera vez las elecciones en Venezuela y falleció Frank Sinatra...Ah, y también se estrenó la cinta 'Los Amantes del Círculo Polar', entre muchos otros acontecimientos...
El éxito de la historia entre el vaquero y el robot-humano (o humano-robot) provocó que en 1999 saliera la segunda parte; ésta vez una vaquerita, un caballo y un histérico anciano acompañaron a los personajes, le dieron nueva vida a la historia y, sobre todo, dejaron abierta la posibilidad de una tercera parte. Consciente (o inconscientemente) los escritores no sólo hicieron una historia para niños, los contenidos eran muy bien digeridos por los adultos y muchos quedaron fascinados con la historia. Elementos como la amistad, la lealtad, el amor y el desamor causaron su efecto no sólo en el público infantil. Digamos que a Campanita le marcó parte de su infancia.
Así como Andy, el dueño de los juguetes que comenzó a crecer y a dejar de jugar con sus inseparables amigos (el vaquero y el robot-humano), Campanita también fue creciendo. La primera década del Siglo XXI vio una y otra vez (siempre junto a su papá) la primera y la segunda parte. Ella como mujer se identificaba con la vaquerita aunque siempre comulgó con los sentimientos de Andy, que inevitablemente crecía y crecía y crecía...
El resto de la historia, que se proyecta en la tercera parte, es la más triste. Andy, siendo casi mayor de edad, se tiene que despedir de sus muñecos. En un principio se quiere llevar a Woody y al final, de forma dubitativa, decide "prestárselo" a una pequeñita que ama a los juguetes. Andy termina por jugar toda la tarde con ellos. Sabe que su infancia y su ingenuidad se han agotado. Se tiene que despedir de ellos y nada mejor que recordar los momentos de felicidad junto a Woody (el vaquero) y Buzz Lightyear (el robot-humano). Al ver esa escena, Zyanya (Campanita) la recreó en su vida: en los próximos días tendría que mudarse a otro país y nada mejor que pasar sus últimos días en México junto a su muñeco favorito, su papá.
A Zyanya siempre le encantaba "limpiar" las lágrimas que le escurrían a su papá. Para Toy Story 3 no fue la excepción, el único problema es que se le dificultaba notar los ojos llorosos por los lentes de 3D que se tenían que utilizar. Pero esta vez (siempre de la mano) ambos lloraron. Juntos. Ellos dos. Como siempre. Como nunca. Sabían perfectamente que esta historia en tres capítulos los había unido como padre-hija, como compañeros de juego, como niños que juegan, como compañeros.
Jorge (el papá) se sintió como Woody en el final de la tercera parte de la cinta. Sabía que ese momento iba a pasar, sabía que en algún momento Zyanya se alejaría de su vida (como suele ocurrir con todos los hijos) al menos físicamente, aunque no imaginaba que sería más pronto que tarde.
Lo único en lo que podía sentirse satisfecho Jorge es en haber sembrado en el corazón de Zyanya lo necesario para cada día ser mejor persona.
Y sí, la vida tiene que seguir...